Aprovecho la visita a la ciudad para actualizar con un breve fragmento, intento de relato que de momento se queda en esto. ¡Espero que os guste!
Gracias a dos imágenes que encontré por Instagram, os traigo estas líneas que me han inspirado. Esa manía mía de encontrar historias en una simple imagen.
¡Contadme qué os parece! ¡No seáis tímidos!
¡Un abrazo!
SE ME ENFRÍA EL CAFÉ...
Una semana sin hablar tras la gran discusión.
El olor a café recién hecho me envuelve las fosas
nasales y devuelve el eco de todas esas mañanas de besos salvajes, mordiscos y
sexo apresurado sobre la encimera antes de salir para el trabajo.
Al segundo sorbo de la taza gris, con la huella amarga
aún latiéndome en el paladar, cerré los ojos y recordé todas las veces en las
que tu pene erecto saludaba a mi trasero antes de que me abrazaras para
susurrarme:
-Buenos días, princesa.
Sabía que después del susurro de tus labios, llegaban las
ganas de jugar, de reconocernos, de sentirnos parte del mismo mundo. No
importaba la rutina ni las pesadillas nocturnas. Solo importábamos tú y yo.
Una sonrisa de mi boca era la única respuesta. Para
qué hablar si mi mirada transparente siempre te dijo más de lo que necesitabas
saber.
Mis manos temblorosas quitándote la camiseta y
bajándote el bóxer. Siempre fue así contigo. Dos años a tu lado y me ponías tan
nerviosa como el primer día, durante el primer beso. Tus dedos firmes desnudándome,
agarrándome las bragas de encaje como si se te escapara la vida en querer
romperlas. Tus palmas suaves amasando mis nalgas acercándome a tu miembro,
consiguiendo los primeros gemidos ansiosos de mi garganta.
Siempre nos pudieron las ganas. Sabía muy bien lo que
me esperaba. Eras una droga de la que nunca me saciaba y a la que siempre seré
adicta aunque no te tenga.
Tirón de pelo. Sonrisa lobuna. Un azote descarado y
tres segundos después ya estabas posándome sobre el mármol negro para que
estuviese más a tu altura. Como buen noruego nunca tuviste nada que envidiar a
los vikingos de la tele, lo llevabas en los genes. Siempre me sentí pequeñita a
tu lado, pero tan protegida y en paz que ahora me siento vacía.
Mi cuerpo está vacío sin ti, mi alma se siente
incompleta y a mis sonrisas les falta la luz que tú les brindabas.
Ahora se me enfría el café mientras los segundos pasan
en el reloj colgado del azulejo blanco. Y por más que cierro los ojos, tan solo
tengo un puñado de recuerdos en los que balancearme anestesiando la realidad.
Silencio. Ya nadie me dice:
-Buenos días, princesa.
Ya nadie me hace reír cuando tengo ganas de llorar. Ya
nadie consigue hacerme estremecer en escalofríos con una simple caricia piel
con piel.
Querría llamarte, escuchar tu voz, preguntarte cómo
estás. Pero fuiste demasiado claro.
-No me llames porque no voy a contestar.
Tan solo suspiro, con la llama de la esperanza dentro
del corazón, porque algún día mi teléfono se ilumine con una llamada entrante
que lleve tu nombre.
Mientras tanto el mundo sigue girando, el café frío
reposa en su taza y yo estoy a medio vestir, viendo como una Harley navega tras el cristal de la
ventana.
No eres tú. No estás aquí. Y mis manos tiemblan antes
de que mis nudillos aprieten la encimera hasta quedarse blancos.
Mientras tanto el mundo sigue girando, el café frío y
yo sin poder sonreír entre gemidos, sin poder demostrarle al mundo que soy una valkiria
porque las fuerzas para luchar me las regalabas tú.
-Rebeca Bañuelos-
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